Es verano y, ¡Vamos a la playa!
Por kilómetros, en esta tierra, no será. Hay donde elegir. Y quien no guste, además de en esta época, durante todo el año también puede decidirse entre muchos y diferentes espacios, ir a los Lugares Colombinos, el entorno de la Rábida, el Parque Moret (por el que tanto hemos peleado)…
En fin, tantos lugares que podría nombrar concebidos para el disfrute de todos, que son nuestros y mantenemos con los impuestos que pagamos ¿Pero, son sólo para disfrutar o deberíamos darnos cuenta que también tenemos responsabilidad en cuanto a cuidarlos?
Respecto a la playa, suelo ir a la zona que está entre La Bota y Punta Umbría, muy pronto por la mañana. Al llegar, a lo largo de la carretera hay numerosos contenedores de un discretísimo (nótese la ironía) color amarillo, colocados en los lugares por los que se accede a la playa.
También, un tractor barre la arena y varios operarios de limpieza, a pie, se encargan de retirar restos que la máquina no puede. Y es vergonzoso comprobar que de nada sirven contenedores, máquinas, personas o campañas.
Seguimos haciendo cosas que, en nuestras propiedades, esas que sí creemos pagar y poseer en plenitud, no haríamos jamás.
El camino entre la carretera y la playa es un campo de batalla en el que las hormigas pelean con las moscas por el mejor trozo del festín.
Hay de todo entre la los árboles y plantas, a cuatro pasos escasos de los contenedores y, en mi infinita inconsciencia, no logro comprenderlo.
No es únicamente basura amontonada de mala manera, no es algo descontrolado, la mayoría de lo que he visto, y lo puede ver cualquiera, eran bolsas, cerradas, cuyo fin último supuestamente, era el contenedor.
¿En qué parte del camino se cambia el chip y lo que se estaba haciendo bien se deja de lado? ¿Será que, mientras hay gente y me están viendo procuro hacerlo bien y luego… paso?
No encuentro justificación a que no se termine lo empezado. Y así, se repite en los demás lugares que he nombrado al principio.
La Rábida, un lugar que se quiere conseguir sea Patrimonio de la Humanidad, es, según las celebraciones varias y los visitantes que recibe, que no son pocos, un “vertedero”. Tampoco allí faltan operarios, papeleras, contenedores, pero no, colillas, paquetes, botellas y todo lo demás “adornan” el entorno.
Se nos llena la boca hablando de la contaminación “a gran escala”. Conste, que lo uno no quita lo otro, faltaría más. Somos capaces de convertirnos en expertos sobre naturaleza, en activos ecologistas abanderados de lo verde y natural cuando conviene, pero, ¿y los pequeños gestos que tanto suponen? ¿Cuál es la solución? ¿Tanto costaría?
Pienso que no. Dos preguntas: ¿Qué es lo que me gusta para mí? ¿Qué no quiero y no hago en mi casa, en mi coche, con mis cosas?
No hay que hacer grandes esfuerzos, pienso, simplemente sentido común (aunque ya se sabe es el menos común de los sentidos) y practicar lo que gusta para uno mismo y lo suyo. ¿Fácil, no?
¡Pues no! Visto lo visto nada fácil.
La tierra se queja, lo comprobamos cada vez con más frecuencia. Antes no la hemos escuchado y, como sigamos así, llegaremos al punto de no retorno. No se trata de “cambiar el mundo” en su gran dimensión, desde luego, ni con este texto ni con mis hechos lo pretendo, pero sí podemos hacerlo cada uno, con “nuestro trocito” del mismo.
Alma.