Loco de mí, me gusta pasear por ese trocito de marisma que ha quedado a salvo de ser convertido en un mar de asfalto, residuos fosfatados y chimeneas humeantes. Me refiero al triángulo que está entre el Estero de las Metas, la avenida Francisco Montenegro y la monstruosa balsa de fosfoyesos. Aunque se encuentran en territorio comanche, rodeados de la contaminación de la industria pesada del Polo Químico y la polémica balsa de Fertiberia, estos terrenos, conocidos como Marisma del Pinar, conservan cierto encanto y valor paisajístico y medioambiental. Se trata de una combinación de ecosistemas marismeños, con zonas de pinares y verdes praderas de abundante hierba. Las copiosas lluvias de este invierno han embellecido el lugar, han colmatado los estanques y han atraído numerosa fauna. Se pueden observar cigüeñas, urracas, gaviotas y otras aves que mi ignorancia ornitológica me impide nombrar, además de pequeños mamíferos como conejos.
Como digo, me gusta pasear por allí y me hago un poco el loco para simular que no veo las fábricas repartiendo humo al aire que todos respiramos. Mi imaginación vuela y me veo paseando por un auténtico parque periurbano, un espacio en el que la ciudad y la naturaleza se fundan en un ejemplo de equilibrio entre el hombre y su entorno. Me imagino una reforestación con pinos y encinas, me imagino unos refugios para la observación de aves, me imagino un lugar para el alquiler de bicicletas… Me imagino en fin, que a un paso de Huelva, la naturaleza ha sido capaz de sobrevivir al ataque del pseudo-progreso contaminante y que los ciudadanos hemos decidido que no hay calidad de vida sin un medio ambiente sano.
Pero debo estar mal de la cabeza. ¿Qué interés puede tener un cacho de tierra lleno de plantas y bichos? ¡Si eso no sirve pa’ ná! ¿Para qué queremos un parque periurbano en Huelva si ya estamos contaminados de por vida y además nos gusta? Lo mejor es seguir teniendo a la naturaleza y el campo como algo a lo que se va de turismo mientras el día a día lo pasamos entre la ponzoña. Sería mejor utilizar ese triángulo de terreno que ha permanecido casi libre de contaminación para algo útil y provechoso: ¡llenémoslo de mierda! ¡Usémoslo de vertedero público!
Eso es lo que han debido pensar algunos inteligentes conciudadanos, quizás gestores de alguna de las fábricas colindantes. Observad los simpáticos vertidos de algo que parece ser alquitrán. Esta gente ha debido discurrir lo siguiente:
“Si hay contaminación al norte y hay contaminación al sur, ¡contaminemos lo del medio!”
Seguramente pensaron que si Fertiberia ha estado varias décadas vertiendo residuos a unos terrenos de dominio público marítimo-terrestre, y no ha pasado nada, mucho menos va a pasar por tirar algo de alquitrán unos pocos de metros más al sur. Total, a quién le puede importar. Pues resulta que a mí me importa. Ya que se ha decidido convertir cualquier espacio verde que rodee a Huelva en vertedero, por lo menos que avisen para que todos podamos llevar allí nuestros desechos.
Me vi tan indignado por estos vertidos que decidí moverme, y lo primero que hice fue comentar el tema a un miembro de Ecologistas en Acción Huelva y me respondió que la cosa estaba evidentemente mal hecha, pero que había poca solución al respecto. Finalmente, me dirigí al Seprona y puse una denuncia. Me atendieron muy bien, aunque me volví a encontrar con el fatalismo de “es ilegal, pero no se puede hacer nada”. Al parecer no se trata de alquitrán como pensé al principio, sino que se trata de los propios lodos de la depuradora de aguas, estos lodos deberían tratarse adecuadamente y no tirarlos en mitad del campo. De todas formas, los guardias civiles me advirtieron que era difícil emprender acciones legales contra el contaminador si el Ministerio, propietario de los terrenos, les daba permiso. En fin, que la respuesta que encontré por parte de los ecologistas y de la Guardia Civil fue algo así como: “chaval, que estás en Huelva, es que no te has enterado de que aquí esas cosas son normales?”.
Y así acabó mi activismo pro-parque periurbano de Huelva, sintiéndome un bicho raro por decir que está feo eso de tirar mierda al campo (en este caso es literal, lo que tiran son nuestros excrementos).
El Abuelo.