Los fandago de mi tierra,
son cuarenta diferente,
La historia de Huelva encierra
con su fandango valiente:
El mar, el llano y la sierra
Paco toronjo.
Para mí, la última línea de este fandango de Paco Toronjo destila la definición más perfecta y pura que se ha escrito nunca sobre Huelva superando incluso la definición quintaesenciada que se da de toda Andalucía en el poema de Manuel Machado:
Cádiz, salada claridad. Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora.
Almería, dorada.
Plateado, Jaén. Huelva, la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.
Hace unos días volví a leerme La Ciudad de Manuel Chaves Nogales. Recordaba que la primera vez que leí aquel ensayo sobre su ciudad natal me sorprendió mucho pues no esperaba que un libro que escribió con solo 23 años y que versaba únicamente sobre Sevilla pudiera impactarme de aquella manera. Tras una segunda lectura me quede con un raro regusto en mi interior y pasado un tiempo seguía dándole vueltas a ciertas líneas que me provocaban sentimientos que no podía explicar ni comprender.
Párrafos que provocaban extrañeza ante una genialidad aparentemente sencilla, una simpleza poética que dice más y más cosas tras una maduración interior, con la fermentación, porque es un libro que poco a poco va mostrando verdades ocultas entre sus líneas de una belleza puramente andaluzas. En él se da una visión muy personal sobre la ciudad donde nació, sobre la particular idiosincrasia de sus habitantes y sobre el Sevillanismo como género literario en sí mismo. Y debo confesar que al terminar de leerlo sentí muchísima envidia. Y casi la misma ración de tristeza.
Pero no me entiendan mal, no siento pena de no haber nacido en Sevilla, ni de no poder escribir si acaso algo parecido a lo que escribió ese monstruo olvidado de nuestra tierra, sino porque pensé que los hijos de Huelva nunca le habían escrito con tanto amor y arte a su ciudad. No al menos de esa manera. Así no.
Porque Chaves Nogales le escribe a su ciudad como se le escribe a un amor perdido, con devoción pero también como se recuerdan desde la distancia del tiempo ciertos amores no olvidados, con inocencia pero desde la sabiduría que da la distancia sobre la belleza y lo cruel de su figura, sobre el desprecio y su dolor, sobre una historia y un difícil futuro en el que ella nunca piensa debido a su carácter cambiante y a la vez sólido.
Entonces pensé en escribir yo mismo algunas líneas sin más pretensiones que servir de declaración de intenciones y para honrar a esta tierra, o al menos como manifiesto que señalase lo que algún genial escritor en el futuro lograría, a la manera del regalo que el niño pequeño fabrica torpemente pero con infinita ilusión y que le envuelve a su madre para demostrarle su amor, aunque sean unos garabatos, por ternura y reconocimiento únicamente.
Pero… ¿Por qué escribir sobre Huelva? Se podría preguntar mucha gente, y tristemente no pocos onubenses. ¿A quién se le puede ocurrir hacer esto? ¿A qué se refiere este pseudohipster con Huelva? ¿Al recre? ¿A alguna hermandad? ¿A la capital o a toda la provincia?
Y más aún: ¿De qué va a escribir? Mi critico onubense interior me chillaba que no hay casi nada de lo que escribir que se salga de una mera descripción sentimentalista de ciertas particularidades que no pueden interesar a nadie que no sea de aquí y ni siquiera eso lo puede salvar del rancio costumbrismo.
Pero esos mismos argumentos se pueden usar para toda la literatura mundial sobre algún lugar en particular.
Porque se puede y se ha escrito mucho sobre Sevilla, sobre Córdoba, se ha escrito sobre Granada, sobre Cádiz, pero no sobre Huelva. No al menos directamente (que yo sepa) y ya eso indica la difusión que dicha literatura ha tenido cuando ni siquiera a niveles locales es conocida.
¿Pero cómo alguien pretende escribir sobre su amor a Huelva?
Para empezar: ¿Qué onubense leería algo así, o más aun compraría eso? ¿Qué onubense le comentaría a otro que está leyendo sobre su ciudad?
No. Eso no me lo puedo imaginar porque la triste realidad es que los onubenses nos avergonzamos de nuestro amor a Huelva, en el fondo es como si la ciudad no fuese digna de una loa intelectual más larga que la letra de un fandango o de un viva.
Para muchos el amor por Huelva es como un oscuro amor secreto, casi un pecado o una pasión prohibida que en el mundo de hoy es tachado de sentimiento cateto e infantil.
¿De dónde procede nuestro tan arraigado complejo de inferioridad?
¿Se debe a la proximidad de Sevilla? ¿Hasta qué punto la cercanía de la indudable grandeza de la hermana mayor impide a los onubenses la autoaceptación sin comparaciones?
No lo sé y es algo que debiéramos pensar y superar porque a Huelva se le ha cantado sin ningún tipo de complejos por todo el mundo con su fandango por bandera, la han llorado los emigrantes y la han reído, la ha recordado en todos los rincones del mundo y más aún en la triste actualidad de los nuevos emigrantes de mi generación. Se la ha comido y bebido en las mejores mesas del planeta, pero aun creo que hace falta que se la escriba como merece.
Puede que pase lo mismo que con el fandango, al que por su origen arcaico y diferente del resto de palos del flamenco siempre ha sido menospreciado por los otros palos “Mayores”, por su extrañeza, por ser una rara avis dentro del circo de emociones descarnadas del flamenco.
Al hilo de esto ¿Es que acaso son los onubenses los andaluces menos creativos literariamente? Contando con el único premio Nobel de literatura de la región lo dudo.
¿Es que el duende del que hablaba Lorca en su genial conferencia no se da cerca de Portugal? No es eso.
Lo que pasa es que el onubense no puede (por lo general) explicar Huelva. Puede sentirla hondamente, pero solo para sí mismo. Hace falta muchas veces el exilio para que surja esa fuerza que siempre estuvo ahí, de una manera muchas veces ilógica y depurada, intuitiva y profunda y solo mediante el recuerdo alcanza a romper con todos los complejos y vergüenzas. En esta tierra muchos extraños llegaron, muchos conquistadores y emigrantes vinieron para quedarse, además de viajeros atrapados y gente de otros lugares a los que la búsqueda de un destino mejor les llevo a vivir entre estas orillas, sin tal vez ver que la belleza de lo fugaz se ve a veces desde el conquero, sin comprender que también la sangre de sus antepasados sigue subiendo y bajando por las marismas, que en algún solitario bosque de encinas de la sierra aún resuenan ecos de olvidadas romerías ancestrales.
Y que el Mar muere en luz al oeste del non plus ultra…
Hay en la puerta del santuario de la Cinta un cartel que dice que el que no sepa rezar que vaya por esos mares y vera que pronto aprende. ¿Un bello poema? ¿O una advertencia?
El que no ama Huelva que salga por esos mundos de fuera y vera como aprende.
Por A.S. Torres