Evidentemente que el término no es correcto jurídicamente hablando, habría que hablar más bien de abuso de autoridad, de negligencia, de alevosía, y de algún concepto más que mi falta de conocimientos en derecho mi impide mentar. Pero “chulo” o “matón” son las palabras que mejor pueden definir –siempre y cuando no queramos caer en lo soez, lo que ciertamente sería incluso más justo– a los individuos miembros de la Policía que nos abordaron a dos amigos míos y a mí en la madrugada del viernes 14 al sábado 15 del enero pasado.
En la Alameda Sundheim, a eso de las 6 de la mañana, una pareja de agentes uniformados del Cuerpo Nacional de Policía y otra de supuestos –digo “supuestos” porque en ningún momento se identificaron– agentes de algún Cuerpo o Fuerza de Seguridad del Estado de paisano bajaron de sendos coches, (uno oficial el otro “civil”), para hacernos perder toda la confianza y el respeto que podíamos tener por las autoridades policiales. A la altura del Museo Provincial de Huelva, el coche de los “nacionales” se detiene, salen dos agentes y recriminan a uno de mis dos amigos (que venía unos metros detrás de otro amigo y de mí) que llevara en volandas una silla que había encontrado en la calle, además de decirle que la dejara en el suelo. Hasta ahí todo bien, ¿verdad?, algo que no llegaría ni a anécdota. Eso creíamos nosotros, que no sabíamos que uno de los policías había sufrido una sobredosis de capítulos de Walker Texas Ranger. Ni el amigo que estaba junto a mí, ni yo, ni en un principio su mismo compañero policía (me atrevería a decir sin temor a equivocarme) nos podíamos creer que uno de los agentes decidiera emplear tanta agresividad verbal y física para reprender a nuestro amigo que llevaba la silla, toda vez que en ningún momento éste hiciera el más mínimo ademán de violencia ni expresara ofensa alguna.
¿Un simple exceso de un agente de policía? Qué duda cabe; pero no uno ni tampoco simple. Lo que más nos hizo hervir la sangre, ahogarnos en impotencia, desesperarnos fue la actitud de los compañeros del policía agresor. Una actitud de dejación de su deber, de matonismo, de corporativismo mafioso, del otro agente uniformado y de la pareja de paisano que acudía “en su ayuda”; que se manifestó en no poner remedio a la desproporción de la violencia del policía que insultaba y reducía a mi amigo, en el retenernos a mí y a mi otro amigo cuando queríamos interceder por el que estaba en problemas, en el insultarnos gratuitamente, en el amenazarnos con golpes y detención por el mero hecho de considerar inadmisible esa situación. Lo importante para estos funcionarios de la seguridad pública no era en ese momento sino cubrir a su compañero, más allá de que estuviera practicando un abuso. Esa lección se la tenían bien aprendida. Igual de bien que el resto de compinches uniformados (alrededor de una decena) que estaban custodiando a nuestro amigo agredido en la comisaría de la Policía Nacional de nuestra ciudad (a la que fue trasladado); pues nada más llegar mi otro amigo y yo al lugar, a interesarnos por el detenido, apenas se nos dejó articular palabra, pasando a echarnos de la comisaría, sin dar motivos justificados ni permitirnos interponer una queja por toda la actuación policial, esta decena de policías, que hasta que llegamos se encontraban trabajando en una competición de descalificaciones y amenazas a nuestro compañero detenido.
De los golpes en nariz, garganta, cabeza y oreja (todas partes en las que no queda marca fácilmente); de los insultos; de las amenazas; de la retención; de la humillación sería más adecuado que hablara mi amigo en cuestión, el que lo sufrió. Yo no quiero alargar mucho más estas líneas, me ahorraré, por tanto, la desasistencia del servicio de emergencias del 112 y de la servicial Guardia Civil (que me colgó a pesar de comunicarles que se había sufrido una agresión).
Para lo que no puedo callarme es para adjudicar la responsabilidad de estos hechos. La responsabilidad, la culpa en definitiva, de estas lamentables situaciones es nuestra, y también de los que pueden llegar a leer esto, de todos los ciudadanos que conviven con los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y con sus responsables civiles y políticos y que les pagan a todos sus sueldos. La culpa es nuestra por ingenuos, por idiotas, por haber sido tan tontos de creernos esa historia tan bien hilada de que los “polis malos” son sólo cosa de las pelis o de cuando iban vestidos de gris. Al menos algunos hemos sido tan inocentes de tragarnos ese cuento chino de que la Policía es un digno cuerpo de un país democrático, un cuerpo al servicio del ciudadano, que trabaja para la seguridad y el bienestar, siguiendo escrupulosamente unos una legislación que marca sus atribuciones y sus limitaciones, teniendo derechos y deberes como tenemos y cumplimos el resto de ciudadanos. Error nuestro, de creer eso, a la vista está; pero ya no caeremos más en él; porque ahora ya sabemos por experiencia propia que esos individuos que cobran su sueldo del dinero de todos, que van armados y que tienen consideración pública pueden permitirse pegar, insultar, retener, vejar, gratuitamente a quien se les antoje, (que para eso tienen la fuerza, el uniforme y la pistola) y sin consecuencias.
La denuncia por todo lo anterior la pusimos el sábado 15 por la mañana en el Juzgado de Huelva. Ojalá las palabras de los renglones de arriba me las tenga que tragar una a una si esto acaba en juicio y se hace justicia, pero no cuento con ello. Mientras tanto, más vale que no cruzarse con estos matones, con estos chulos con uniforme azul oscuro.
Luis Miguel Gutiérrez Domínguez