Casi de forma imperceptible el tiempo avanza. Entre el nacimiento y la muerte tenemos sólo un paréntesis al que llamamos vida y del que cada uno es responsable de lo que hace con el suyo.
A veces nos creemos pequeños dioses, pero basta con volver la vista y ver que somos una pavesa en el universo movida por la ironía y el azar. Para poner ejemplos podría hablar de milenios, de monos que bajaron de los árboles, de la formación de las montañas, de civilizaciones florecientes que se perdieron, pero no hace falta ir tan lejos para comprobar los estragos del tiempo. Sólo unos años atrás y sólo esta ciudad.
¿Cuánta gente ha muerto?¿Cuántos han perdido su casa o su empleo?¿Cuántos nacimientos, cuántas historias de amor? ¿Cuánto hemos hecho por solucionar el mal ajeno?¿En qué hemos gastado el dinero? ¿Cuánta basura hemos llevado a los contenedores? ¿Cuántas oraciones hemos rezado, cuántas blasfemias brotaron en la garganta?
Huelva, como un laberinto absurdo donde el carril bici no lleva a ninguna parte, respira día a día en cada comercio, en los hospitales, el polo químico, la Plaza de las Monjas y un museo. Huelva respira con dificultad, angustiada por la presencia amenazante de un tal Asterión o de un ojo de Mordor; y mientras tanto pasa el tiempo. Implacable.
Dolores R.